ya no soportas la rutina.
No aguantas el ruido de la cafetera, ni madrugar, ni el tacto de tu suelo, ni la distancia entre tu cama y el baño, ni la temperatura del agua del grifo, ni lo que has desayunado durante toda tu vida. Ni siquiera soportas la cara de los que te rodean.
Y es que una dosis de libertad, mezclada con buenos momentos, produce una continua sensación de felicidad, de comodidad, que solo cesa al llegar la fría y calculada rutina, de la que somos presos durante la mayor parte de nuestra vida, que hace de las ganas de hacer cosas un angustioso estrés.
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