martes, 5 de enero de 2016

Cuando pruebas un poco de libertad

ya no soportas la rutina.
No aguantas el ruido de la cafetera, ni madrugar, ni el tacto de tu suelo, ni la distancia entre tu cama y el baño, ni la temperatura del agua del grifo, ni lo que has desayunado durante toda tu vida. Ni siquiera soportas la cara de los que te rodean.
Y es que una dosis de libertad, mezclada con buenos momentos, produce una continua sensación de felicidad, de comodidad, que solo cesa al llegar la fría y calculada rutina, de la que somos presos durante la mayor parte de nuestra vida, que hace de las ganas de hacer cosas un angustioso estrés.

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